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La Diáspora Zapoteca y su Lengua

La Diáspora Zapoteca y su Lengua

Especial de Impulso

Las jícaras del espumoso tejate fueron servidas; iban de un lugar a otro, de boca en boca, de padres a hijos y entre esposos.

Es así como las familias oaxaqueñas comparten la deliciosa bebida tradicional originaria de los pueblos zapotecas durante la Feria del Tejate que se realiza desde el 2008 en el área de West Los Ángeles, lugar de residencia de oaxaqueños provenientes de los Valles Centrales, en especial de Tlacolula.

Los organizadores de este importante evento, después de la Guelaguetza, son los integrantes del Grupo Folklórico Guish-Bac, bajo la dirección de Natividad Santiago y Gabriel Gómez, con el propósito de preservar sus tradiciones y gastronomía zapoteca.

Durante el evento cultural-gastronómico, se realiza el concurso de la “Mejor Tejatera del Año” que es elegida por un jurado calificador que realiza un recorrido por todos los puestos de las participantes. Las tejateras deben explicar los ingredientes que utilizaron y su toque personal para la elaboración de la considerada “Bebida de los Dioses”.

Los ingredientes básicos para la sagrada bebida vigorizante y nutritiva, de acuerdo a las propias tejateras, son: maíz, cacao, flor de cacao, pisle, cacahuate, cocoyul y en algunos casos nuez y el toque particular de cada una de ellas.

El último año que se efectuó la XII Feria del Tejate en el Parque Stoner de West Los Ángeles fue el domingo 01 de septiembre de 2019, con la participación de al menos 11 tejateras.

Bajo un sol abrasador, propicio para consumir más de una jícara de la bebida refrescante, la fiesta arrancó después del mediodía con la tradicional calenda encabezada por los mayordomos, que ese año fueron Florencio y Mayra Hernández de la comunidad de San Bartolomé Quialana.

También participaron en la calenda, invitados de honor, el concejal del onceavo distrito Mike Bonni y otros políticos oaxaqueños visitantes.

Luego prosigue el ritual de la Mayordomía de Tlacolula, una representación en la que se aclara que ser mayordomo es un gran compromiso porque se contraen deudas que serán pagadas en el transcurso de los años.

Al término de la bendición del tejate, frente al pequeño altar, instalado en el estrado principal, en honor al Señor de Tlacolula, la banda filarmónica Maqueo’s Music interpreta el Jarabe del Valle, momento propicio para que la gente se levantara de sus asientos y participe. Es el momento cumbre con que se inicia la participación comunitaria.

Después siguen otros bailes tradicionales ejecutados por los grupos folclóricos participantes: El ballet folklórico Nueva Antequera, Princesa Donají, Grupo Sueños y Esperanza, Tierra Blanca Art Center,
entre otros.

Entre los miles de asistentes, se encuentran familias oaxaqueñas que llegan de todo el Sur y Norte de California.

Una de ellas fue la familia de Rafaela Hernández y Remigio Santiago, ellos llegaron con sus hijos Héctor, Brandon y Secia para disfrutar de la fiesta oaxaqueña.

La familia dijo que su intención era tomar más de dos jícaras de tejate, cada uno, y también llevar otros vasos para su demás familia radicada en Santa Ana, California.

 

Rafaela afirmó que le gusta el tejate tradicional. “El que sabe a maíz, porque nos recuerda algo de nuestras raíces culturales”.

“Me gusta todo: la comida, los tamales oaxaqueños, el taco de la abuela, el pan dulce y los dulces regionales”, comentó, la originaria de la Sierra Norte de Oaxaca.

“El tejate de coco o de cacao, no debe ser ni dulce ni simple. Así debe ser”, comentó Arturo Sernas originario de Tlacolula.

Para él inmigrante la mejor tejatera es su paisana de Tlacolula, Doña Licha, quien es la que lleva la mayor cantidad de premios granados, pero la última ganadora del primer lugar fue Glafira Hernández, seguida por María de la Cruz López con el segundo y Dalila Sánchez con el tercero.

 

Pintor Narsiso Martínez

Pintor Narsiso Martínez

Por Gabriel Martínez | Especial de Impulso

Brilla el artista zapoteco Narsiso Martínez

Los Ángeles, Cal.- Narsiso Martínez es un nombre que destaca en el ambiente artístico. Un amigo en común me platicó de las maravillas y la calidez de este artista oaxaqueño residente en Long Beach, California. “Paisano, saludos, un amigo de antaño, Juan, me ha comentado de ti y de tu trabajo. Cuando vengas por acá te invito un cafecito o una chela. Ponle fecha”, le escribí vía Facebook. “¿Qué ondas Gabriel?”, me escribió, “¡Claro!, ¿dónde es por acá?”. “Santa Mónica”, le contesté a la brevedad. “I will be there on the 14th”, escribió, “are you available?”. Quizá se desconoce que la mayoría de los oaxacalifornianos somos bilingües, navegamos el mundo globalizado comunicándonos en español e inglés. Otros tenemos la fortuna de ser trilingües: puede que hablemos zapoteco, mixteco o triqui por línea familiar, y quienes trabajan en restaurantes japoneses, hablan esa lengua por necesidad.

“Great! Lets schedule that on the 14th”, le respondí. “Cool. I’ll be working at the Santa Monica airport all day. I’ll be free more likely in the evening”, contestó el artista plástico.

El día del amor y la amistad conocí al flamante premiado en la feria de arte Frieze Impact Prize 2023, en la que participan 120 galerías de 22 países. En sus obras artísticas, este maestro oaxaqueño, nacido en Santa Cruz Papalutla, dignifica a los trabajadores agrícolas de Estados Unidos. En la Frieze se ofertan obras valoradas entre 10 mil y un millón de dólares –así como piezas de Richard Diebenkorn, por ejemplo–, en un espacio acogedor diseñado exprofeso por el arquitecto Kulapat Yantrasast. En ese prestigioso escenario, Martínez tendrá el privilegio de una exposición individual: el sueño de todo artista plástico.

Tal y cual habíamos acordado, el artista llega a mi domicilio por la tarde. Narsiso –así, con “s”– estaba agotado porque se había desvelado toda la noche, ultimando detalles de sus obras y supervisando la instalación de su exposición.

Para mí, es un verdadero orgullo que un latinoamericano haya alcanzado tan importante reconocimiento. Más aún, que un oaxacaliforniano sea reconocido, sobre todo durante un periodo de clima hostil y de desprecio hacia los paisanos de Oaxaca, generado por de un grupo de concejales angelinos.

Le enseño mi casa, cuya vista panorámica abarca una gran parte de la ciudad angelina; lo que fantaseamos al salir de nuestras provincias: palmeras y rascacielos. Una vez instalados, comienzo con una confesión. “Yo quiero ir a trabajar al campo”, le digo. “It’s hard”, responde el pintor que trabajó en la agricultura mientras estudiaba artes plásticas en la Universidad Estatal de California, en Long Beach. Me doy cuenta de que le es más cómodo hablar de su vida y de sus obras en inglés. “¿Tú trabajaste en Washington?”, le pregunto. “Para pagar mi escuela pizcaba manzanas. Tenía que cargar la escalera, saber dónde acomodarla y engancharla del árbol para treparme y cortar las manzanas lo más rápido”, recuerda. Saca la mano izquierda y la muestra sin decir nada, pero frunciendo el ceño. Luego se tuerce el cuello como si todavía le lastimara el inclemente frío del estado de Washington. “Las manzanas eran muy delicadas y uno tenía que tener mucho cuidado para agarrarlas y no magullarlas. Si el supervisor llegaba a encontrar una sola huella de la yema de los dedos sobre las manzanas, las rechazaba”, añade. El pintor agrega que al vaciar el saco de la fruta en el almacén, los trabajadores, que se visten con suéteres con capuchas que protegen sus rostros de las ramas de los árboles, del frío y del pesticida, lo hacen con delicadeza para no estropear las manzanas.

Faltan dos días para la inauguración de Frieze Art Fair y Narsiso Martínez, de 45 años, será el protagonista cuyo sello artístico es retratar a sus colegas campesinos. Al despedirnos esa tarde, queda sellada el compromiso de acudir a su exposición.

The most refreshing artwork

El día de la inauguración había un embotellamiento en el periférico del aeropuerto municipal de Santa Mónica, debido al mercado de compra y venta de obras de arte, abarrotado por coleccionistas, compradores, críticos y aficionados. La explanada era monumental, con numerosas carpas blancas y donde la cuota de ingreso era de 150 dólares en promedio. Se anticipaban 35 mil personas en un lapso de cuatro días. Fue necesario recorrer un laberinto de pasillos para encontrar el local de Narsiso, y las querellas en las oficinas de información fueron en vano.

Según Ever Velásquez, gerente de la galería Charlie James, que representa a Narsiso, Frieze Arts Fair es una de las ferias de arte más prestigiosas. Exponer en ese espacio implica un proceso semejante al de entrar a una universidad: trámites, requisitos, hacer un depósito solo por la solicitud de ingreso…

Logré dar con el puesto A7, justo cuando una periodista del diario El País se despedía tras solicitar a Narsiso una futura entrevista. Del muro colgaban obras que inmortalizan a trabajadores del campo en la serie Sin bandana. Ahí estaba el artista, interactuando con su público. Se tomaban fotos con él. La exposición había sido un rotundo éxito. Apenas eran como las cuatro de la tarde, y todas las piezas expuestas estaban vendidas. Se hizo presente el fenómeno de escasez y demanda. Sus obras se capitalizaron. Quienes preguntaban por el precio y la disponibilidad de alguna pieza, eran anotados en una lista de espera, a fin de adquirir futuras creaciones. La galería decidía a quién venderle la obra de Narsiso.

En la primera oportunidad, posamos para una foto ante las obras que comprenden Sin bandana. Era una pose firme y formal. “Así me siento fuera de lugar”, me susurró Narsiso al oído. Precisaba un abrazo caluroso para sentir el latir de un corazón regocijado por el éxito. “¿Qué es lo más interesante que te han dicho?”, le pregunté. Le tomó un largo tiempo digerir la información, mientras saludaba a su público. “The most refreshing from the entire fair”, dijo
“Pareciera trabajo efímero, pero es profundo”, opinó Ignacio Fernández Morales, pintor y arquitecto cubano que acudió a la exposición. “En la cara hay dificultad, pero hay alegría y transmite esperanza”, dice de las obras, plasmadas en cajas recicladas de fresas y cerezas. Además, “rechaza el uso del lienzo, que es lo tradicional del arte. En vez de descartar las cajas, las aprovecha. Es la tradición del inmigrante: aprovechar los desechos, tiene la cultura del reciclaje por necesidad”, apuntó. Sobre los personajes, Fernández Morales citó a Caravaggio, pintor italiano del siglo XVII quien incorporaba gente común en sus obras, en una época cuando solo gente importante tenía el privilegio de ser retratada. “En vez de pintar apóstoles, pintaba al señor que limpiaba casas, que no tenía estatus privilegiado. Las obras de Narsiso tienen algo parecido que le da valor a la gente del pueblo, en vez de glorificar a otros artistas”.

En los retratos, enmarcados con cajas recicladas de frutas, se aprecian los rostros expresivos de los campesinos, en cuyas espaldas contrasta un brillo de oro que les hace relucir como si fueran imágenes de arte sacro.

Narsiso quería hacer un tributo a los trabajadores inmigrantes agrícolas, presentes desde la época del Programa Bracero, lanzado en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial. Margarito Martínez, abuelo del artista, acudió a ese llamado cuando los hombres anglos se habían ido a la guerra y Estados Unidos requería trabajadores para las cosechas.

Entonces México y Estados Unidos crearon un programa agrícola de braceros. Ahí les robaron el 10 por ciento de su salario, que supuestamente era un fondo de jubilación. El dinero nunca apareció. Apenas hace dos años, durante la pandemia del Covid-19, se decía que los campesinos eran una especie de héroes porque mientras todo el mundo se quedó en confinamiento, ellos seguían trabajando para alimentar al país.

Al terminar el primero de los cuatro días de exhibición, fuimos a cenar al restaurante Monte Albán, ubicado al oeste de la ciudad de Los Ángeles. “¿Qué comes, aparte de nopales, verdolagas, quintoniles, chapulines y chicatanas?”, le pregunté al artista, que es vegetariano desde hace 15 años, mientras consultábamos el menú. “Todo, menos los chapulines y las chicatanas porque tienen ojos”, respondió, y soltamos una carcajada. Es decir, los ojos los hacen animales.

El maestro ya goza de la seguridad alimenticia, pero cuando estudiaba en la universidad era diferente. Tenía que racionar su alimento, y su vestimenta nunca ha sido de lujo.

Sentados a la mesa, me llega el presentimiento de que es hasta este instante cuando “le cayó el 20”, como decimos en la lengua vernácula, el momento eureka, de que había aterrizado en el éxito. Instantes ennoblecedores como estos son los que se persiguen con tenacidad, al grado de cruzar la frontera clandestinamente, y marcan la vida para siempre. “Lets take a shot for me”, solicitó a los cuatro comensales reunidos. “¡No me pidas eso!”, le contesté, con sarcasmo, sobre el elíxir. Otra convulsión de risa. Era obvio que algo especial acontecía en nuestra mesa, ya que los comensales vecinos volteaban a vernos y se contagiaban de nuestra felicidad. Le informamos a Memo, nuestro mesero, que estábamos celebrando a Narsiso por haber ganado un prestigioso premio de nivel internacional.

Ya era un hombre de 32 años, cuando Narsiso decidió estudiar arte. A su paso por un colegio comunitario, conoció obras de Vincent Van Gogh, Toulouse Lautrec y otros gigantes de la pintura, que lo conmovieron y le hicieron descubrir su vocación. Al mismo tiempo, su pertenencia al campo le permitió examinar las penurias y el esfuerzo de los trabajadores desde una perspectiva artística. Reconocido por un lenguaje sincero y original, actualmente hay piezas suyas en museos como: Hammer Museum, Orange County Museum of Art, Amon Carter Museum of American Art, University of Arizona Museum of Art, Long Beach Museum of Art, Crocker Art Museum, Jordan Schnitzer Museum of Art, entre otros.

Esas lágrimas destiladas de agaves fueron de las más exquisitas que había catado. Le pedí a los congregados que me dieran más tiempo para beber “porque le doy mil besos acariciando a la copa antes de ingerir”. Era un brindis por las afinidades, por la superación de retos, por los sacrificios de la vida. Era un brindis por Narsiso Martínez, los paisanos indígenas, los trabajadores del campo y todos los jodidos del planeta.

La otra ocasión que ingerí mezcal con un nudo en la garganta y derramando lágrimas que llenaban otra vez la copa de mezcal, fue al hablar con el pintor zapoteco Nicéforo Urbieta, quien fue comisionado por el Vaticano para pintar a los Mártires de Cajonos, beatificados a principios de los años noventa. El arte religioso había sido una herramienta de represión –y emblema de la ley– bajo el sistema de castas implementado por españoles durante el periodo virreinal para segregar a la gente de color, y cuyo efecto nos persigue hasta en nuestros días. “¿Por qué hiciste la obra?”, le reclamé. “Todo tiene un porqué”, dijo con ironía el maestro indígena, quien promueve el pensamiento zapoteco, al que llama Xigaab; y quien por sus ideales fue encarcelado durante seis años en Lecumberri, antigua prisión de alta seguridad en México. En el lienzo que entregó al Vaticano, Nicéforo acabó por plasmar su imagen en la obra sacra.

La discriminación pareciera un asunto lejano en el tiempo, pero apenas el pasado 15 de octubre de 2022, tuvimos que salir a las calles principales de la urbe angelina para protestar por unos hechos alarmantes y grotescos. Se había revelado que en una reunión, Nury Martínez, concejal de la ciudad de Los Ángeles, hizo comentarios racistas acerca de afroamericanos e indígenas. “Veo mucha gente chaparra y prieta”, dijo, mientras se carcajeaba sobre los oaxaqueños residentes en Koreatown. “No sé de dónde vinieron”, continuó burlándose. “(Son) tan feos”. Los concejales Kevin de León y Gil Cedillo, así como Ron Herrera, presidente de la Federación del Trabajo en el condado de Los Ángeles fueron cómplices.

Ante esos atavismos, el éxito de Narsiso, cuya tesis de maestría en artes plásticas fue sobre los trabajadores del campo, fortalece la esperanza, y es motivo de orgullo para los marginados. Cuando terminamos de cenar, Memo regresó a la mesa con una botella de mezcal y volvió a llenar nuestras copas. Enseguida, sacó su teléfono para tomar fotografías, mientras elogiaba al maestro: “Son pocos los que logran el éxito”, dijo. “Algunos ya están muertos cuando se les reconocen sus trabajos”, añadió. Para él mismo, el camino al éxito ha sido un sacrificio. Cuando empezó a estudiar inglés, a los 20 años, trabajaba en un restaurante de la ciudad de Santa Mónica. Del trabajo a su casa, recorría un trayecto de hasta tres horas en transporte público, sobre Santa Mónica Búlevar.

De estrella a pupilo en una noche

El salto a la fama conlleva reconocimientos y todos claman estar con las estrellas. Esa noche, Narsiso estaba invitado a una fiesta privada en las playas de Santa Mónica. La fiesta era exuberante, repleta de artistas que socializaban en una mansión de tres pisos ubicada a unos pasos del mar. Los vestidos eran extravagantes y algunos excéntricos. Era la noche de estrellas donde la barra, colocada al costado de la piscina, estaba bien surtida de champaña, vino, cerveza, tequila, mezcal y demás licores para todos los gustos etílicos. En el baño de la planta baja había una cola de al menos una docena de personas –se decía que además de cumplir como depósito de desechos fisiológicos humanos, se usa para intoxicarse. En el baño del tercer piso, espacio más íntimo, había dos chicas con la mirada perdida, sentadas en el piso esperando su turno. Llegó una mujer de unos 25 años vestida con una gabardina púrpura, desabrochada, que le llegaba a las rodillas. La miré de reojo y vi que se frotaba el vientre con las manos. “Los honguitos se están comunicando con mi cuerpo”, dijo. Una de las chicas en el piso respondió que ella había tomado otros estupefacientes, y estaba en estado exaltación.

En un escenario instalado en el patio de la mansión, una artista cantaba en playback/pista mientras sexualizaba el micrófono. Era esbelta, con cabello largo y lacio. Vestía un babydoll transparente mientras meneaba y sacudía con frenesí el trasero. Su apoteosis fue caminar gateando sobre los monitores de sonido del DJ; hombres y mujeres grababan el espectáculo erótico con sus teléfonos. Narsiso, campesino y “artivista” pueblerino, asombrado, fue despojado de su hábitat para encontrarse en un ambiente ajeno a su cultura, que amenazaba con quitarle la inocencia. “Nunca había visto algo parecido”, dijo, después del impacto de ese choque cultural.

Durante la cena, Ever Velásquez clavó sus ojos en el maestro para advertirle que tuviera cuidado con las tentaciones y así evitar que cayera en la perdición de los estupefacientes. En ese instante no era una estrella, sino un pupilo recibiendo consejos: “Invierte tu dinero en casas, en México”, le sugirió Ever, persuasivamente. Coincidí con Ever. Le hablé al maestro de los pintores de Oaxaca que han sido ejemplo de solidaridad, como Francisco Toledo, Rufino Tamayo o Rodolfo Morales, quien compró parte del antiguo convento de Santo Domingo en Ocotlán de Morelos, Oaxaca, para convertirlo en un centro de arte.

Esta noche, el panorama es esperanzador. Con los 25 mil dólares del Frieze Impact Prize, otorgado junto con Define América —organización sin fines de lucro que disemina historias sobre los migrantes—, Narsiso podrá seguir fortaleciendo su arte, visibilizando a los trabajadores del campo, y le será más fácil exponer en otros espacios de prestigio. Al momento, tiene programados proyectos artísticos que abarcan 2023 y 2024.

“Entonces ¿mi precio va a subir?”, pregunta. “¡Claro!”, exclamamos, y el maestro se frota las palmas, lleno de regocijo.

Gabriel Martínez estudió periodismo en la Universidad Estatal de California, Northridge. Narrador de los festivales Guelaguetzas que tiene lugar en el suroeste de Estados Unidos y también es ensayista independiente de ambos mundos, México y Estados Unidos. Además, es fotógrafo. Esta crónica fue realizada con fondos de “amigos de Gabriel Martínez”, aporte que se puede hacer por Zelle y PayPal en gabrielrepoting@gmail.com y editada por Patricia Ruvalcaba.

La Elegancia y Sensualidad Oaxaqueña en el Arte

La Elegancia y Sensualidad Oaxaqueña en el Arte

Por José Rojas y Kenia Arévalo

La historia de Israel Martínez, un artista oaxaqueño que a través de la pintura contribuye a la representación de su comunidad. Aquí les contaremos la historia.

Israel Martínez es un joven de origen oaxaqueño que emigró a los Estados Unidos a la edad de 14 años y que a pesar de todos los obstáculos que se le presentaron en su camino, él no se dio por vencido y luchó por su mayor sueño, que es pintar, y que ahora a través de la pintura está haciendo un impacto en la comunidad.

Israel llegó a Los Ángeles en 1992 del Valle de Oaxaca del pueblo de San Lucas Quiaviní desde pequeño le gustaba el arte y con el tiempo fue evolucionando. Al llegar aquí, al igual que muchos jóvenes inmigrantes, el mayor obstáculo para Israel fue el idioma. El hecho de que en su juventud Israel era muy tímido fue lo que le hizo más difícil para aprender inglés. Después de graduarse de la preparatoria, Israel no estaba seguro de lo que iba a hacer con su vida. Aunque siempre el arte fue algo que le llamó mucho la atención, él no estaba seguro de que pudiera hacerlo. Pero conoció a alguien que lo motivó a seguir su sueño.

“Yo siempre había querido hacer arte, algo que estuviera relacionado, pero el hecho de que no conocía a nadie era nada más algo que deseaba hacer pues, pero no sabía ni a dónde ir, a quién acudir, buscar información y todo eso”, cuenta Israel, “Mi maestro del arte comercial, él siempre me apoyó mucho porque él fue el que miró el potencial que tenía”.

Un profesional de arte fue invitado a la clase de Israel a ensenarle a los chicos sobre arte. Cuando el profesional de arte dibujo una mujer en vivo fue donde capturo toda la atención de Israel. Aunque era muy tímido, Israel dice que tomo valor para poder preguntarle cuando ya todos se habían ido de la clase sobre la escuela de cual él trabajaba. Israel aprendió que no debía tener folletos o ir largo para poder empezar sus sueños de crear arte.

Después de la preparatoria, Israel se inscribió al colegio comunitario de Santa Mónica en California. Y aunque él sabía que ahí iba a recibir una buena educación, su corazón le indicaba otra cosa. Al llegar a la escuela de arte, fue una de las cosas más importantes para Israel, ya que nunca había visto algo así. Un lugar que unificaba a tantos artistas y hermosas pinturas. Al salir de ese edificio, Israel quedó anonadado.

Cuando Israel visitó la escuela para aprender más del programa de arte fue impresionado al ver la galería de arte en la entrada y todos los dibujos que estaban en la pared como bocetos, retratos, figuras más extensas, pinturas, paisajes y mucho más supo que el quería estudiar en esta escuela.

Después de, quizá, saber muy poco sobre arte, ahora Israel es profesor en unos de los institutos de arte más importantes de la nación, en Otis College of Art and Design. Donde implementa la seguridad a sus alumnos para hacer que ellos también puedan seguir sus sueños.

“Ahorita con mis estudiantes decirles que para hacer arte no requieres de ir en grandes instituciones”, cuenta Israel que la clave es conocer a alguien que lo hace bien y que te enseñe a hacerlo y absorber lo más que puedas de esa persona, “Y después, seguir con otro y aprender lo más que puedas de una persona y después ya eso te da confianza, ya empiezas a ver la cosa, y llegas a un cierto nivel de que tú te puedes enseñar tú solo.”

A pesar de estar lejos de su querida Oaxaca, Israel siempre trata de llevar su cultura a través de sus pinturas: combinando la cultura oaxaqueña y lo sensual. Israel trabajaba en una cocina cerrada con algunos familiares de Oaxaca que tenían música de la Guelaguetza y fue cuando se inspiró a dibujar a su bello Oaxaca.

“Voy a hacer a usarlo y voy a reflejar lo que es Oaxaca, porque pues ya lo extraño y tenía años que no voy y quiero de una forma expresar lo que siento”, de un tradicional baile de Oaxaca llamado Flor de Piña Israel tomo inspiración para comenzar a hacer arte de Oaxaca, “yo lo visualicé y dije: ‘ah, voy a dibujar a una muchacha con una piña’”.

Ya que Israel no tenía referencia y se le hacía difícil viajar a Oaxaca el grupo de danza aquí en Los Ángeles, de Miriam López, La Nueva Antequera, le prestaron sus trajes para poder visualizar el arte. Ahora Israel maneja dos temas: cultural, de Oaxaca especialmente, bailable y también lo sensual.

A pesar de que Oaxaca está compuesta de 8 regiones, a él le apasiona pintar todo lo que tenga que ver con la región de la Costa y la región del Istmo. En especial, plasmar los misterios que guardan, celosamente, los rostros de los abuelos de estos lugares y su cultura. Con fotografías de amigos de Oaxaca, Israel utiliza las fotos o contracta fotógrafos para poder usar sus fotos para crear sus obras.

“En Oaxaca hay toda la inspiración.”

-Israel Martínez

“En Oaxaca hay bastante arte, bastante cultura, puedes vivir tres vidas y no vas a acabar de pintar todo lo que hay allá, toda la inspiración pues, lo que me gusta”, Israel cuenta muy apasionado.

Israel prefiere dibujar los rostros de las personas mayores porque entiende la historia y el misterio que capta en el rostro. Al combinar la cultura con la sensualidad, Israel siempre trata de presentar la cultura Oaxaqueña de una manera única y elegante.

Israel trata de inspirar a otros jóvenes que al igual que él les apasiona el arte, pero que tal vez no tienen esa información o apoyo necesario para que ellos realicen sus sueños. A través de las clases de arte que él imparte, les da a sus alumnos las herramientas necesarias para que ellos emprendan su destino en el misterioso camino del arte.